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Autorretrato con la oreja vendada y caballete
Una mirada que duele más por lo que calla que por lo que muestra.
En Autorretrato con la oreja vendada y caballete (1889), Van Gogh se pinta a sí mismo justo después del episodio en que se mutiló la oreja. Pero lejos del dramatismo explícito, lo que impacta aquí es su dignidad silenciosa. Su postura es firme, su mirada esquiva, y el fondo —con el caballete y una estampa japonesa— recuerda que incluso en el dolor, el arte seguía siendo su refugio.
El rostro vendado no representa solo una herida física, sino una batalla interna. Esta obra conmueve porque muestra la vulnerabilidad transformada en belleza, la fragilidad convertida en símbolo. Es una pieza que habla de resiliencia, de seguir creando a pesar de todo.
Impreso en papel japonés Mitsubishi, con pigmentos de alta duración y fidelidad cromática, este cuadro podría conservar su intensidad y autenticidad por más de 200 años. Una obra profundamente humana, capaz de emocionar hoy como el primer día.
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Autorretrato con la oreja vendada y caballete
Tamaño: 30 x 40, Ilustración: Sin marco